El dilema de Cristina
La Presidenta debe optar entre mantenerse fiel al estilo guerrero de Néstor Kirchner o perdonar la deslealtad de Julio Cobos e inaugurar una nueva etapa. En cualquier caso, los desafíos son inmensos.
Luego de la dramática jornada en que el Senado nacional sepultó el intento oficial de que el Congreso diera fuerza de ley al esquema de retenciones móviles a las exportaciones de granos, la presidenta Cristina Fernández tiene ante sí un dilema complicado de resolver, pero fácil de resumir: Néstor o Cleto.
Aunque conceda un retroceso táctico, como la derogación de la polémica resolución, anunciada el viernes pasado, puede que la Presidenta todavía insista en el estilo y las líneas de acción política de su marido, el ex presidente Néstor Kirchner.
Al fin y al cabo, el bloque kirchnerista en el Congreso, aunque debilitado, sigue siendo el más poderoso en ambas cámaras del Congreso; la economía, aunque enfriada, crecerá en 2008 por sexto año consecutivo, y el contexto internacional, aunque enrarecido, sigue siendo favorable a la Argentina. Las reservas del Banco Central, pese a que cayeron, siguen rozando los 50 mil millones de dólares, y la economía goza todavía de “superávits gemelos”.
Además, puede seguir razonando la Presidenta, el rejunte de intereses, expresiones políticas, ansias de figuración y varios etcéteras que alumbró el conflicto oficial con el campo, no deja de ser una bolsa de gatos. Capaz de resistir un proyecto desacertado y peor defendido, pero no de articular una propuesta y vencer políticamente y por la positiva al oficialismo.
Es cierto que en el conflicto con el campo el Gobierno dejó jirones de poder y de imagen, el peronismo se agrietó y las provincias comienzan a animarse –aún con timidez– a reivindicar su derecho a una porción mucho más importante de la torta fiscal. Pero la opinión popular y la imagen son volátiles, varios de los peronistas mezclados en esa revuelta son personajes de escasa credibilidad y el Gobierno sigue teniendo la billetera en su poder.
Con Cleto. La opción a esa primera posibilidad es “perdonar” en serio la deslealtad de su vicepresidente, Julio César Cleto Cobos, e inaugurar un gobierno más cercano al que prometió en su campaña electoral y que delineó en dos discursos inaugurales: el del 10 de diciembre pasado, cuando asumió la presidencia de la Nación, y el del 1° de marzo, cuando inauguró las sesiones ordinarias del Congreso.
Allí, Cristina hablaba de concertación en vez de lisa imposición de mayoría numérica; de institucionalidad, en vez de resoluciones ministeriales; de tolerancia de las diferencias, antes que del recurso inmediato al latiguillo de “golpistas”, y de políticas de Estado, en vez de “trenes bala”.
El dilema es complicado, como se decía al principio, porque la sociedad política y conyugal con el ex presidente de la Nación tiene más de 30 años de historia y cimientos profundos.
Más allá de cuestiones de forma, es muy difícil detectar diferencias entre lo que quieren Néstor y Cristina. Pero ése es también un punto de fricción, porque el ex presidente y la actual presidenta compiten justamente en aquello que más quieren: mandar, antes que presidir. Néstor, da toda la impresión, está mucho más acostumbrado.
La opción Cleto es también complicada, por incierta. Aunque haya dicho que votó conforme a su conciencia, el vicepresidente Cobos es un político que consumó a sabiendas un acto que debilitó el poder presidencial. Puede que a la larga para bien, para que la Presidenta lo reconstituya sobre bases más amplias que la resolución, los superpoderes, la billetera y el grito. Pero lo debilitó.
El evidente entusiasmo de Cobos por su súbita popularidad, su indisimulable satisfacción por el masajeo de su imagen, su ancha sonrisa y sus brazos extendidos asomando por la ventana para saludar a un grupo de entusiastas que lo vivaban, deben ser una preocupación en la cabeza presidencial.
Por peligrosa, si es que Cobos está siendo guiado por la astucia y el cálculo, o por superficial, si el ex gobernador mendocino cree que la súbita caricia mediática puede facilitarle el armado de una estructura política de la que carece (el radicalismo K ya no existe) o darle espacios significativos en otra –el kirchnerismo– que no admite sino la incondicionalidad, materia en la que el ex gobernador mendocino ya se ganó un severo bochazo.
El desafío. Se incline por una u otra opción, Cristina tiene ante sí una etapa más difícil que los cuatro años y medio que gobernó su marido. Más difícil, incluso, que los recientes cuatro meses de locura.
Esa dificultad emana del agotamiento del “modelo” económico en el que los Kirchner cimentaron su poder político. Hace ya dos años que la economía emite señales de desequilibrio. La inflación es el más evidente de ellos y resolverla se ha hecho cada vez más complicado, por al menos un par de motivos.
El primero es que el Gobierno sigue, oficialmente y en la práctica, ignorándola. El segundo es que la Argentina ostenta el rarísimo privilegio de tener una de las inflaciones verdaderas más altas de América latina (comparte el podio con Venezuela y Nicaragua), pese a tener el combo de alimentos y energía más barato de la región. Esa relativa baratura fue, de hecho, uno de los caballitos de batalla oficiales en el conflicto con el campo. Y justamente por eso será más difícil cuadrar el círculo.
Por otra parte, hay sospechas de que la fortaleza fiscal del “modelo” podría ser mucho más débil de lo que dicen las planillas oficiales. El regateo de fondos a las provincias, las demoras y tironeos por quién se hace cargo de la diferencia entre el precio internacional y el local en la importación de combustibles, y la parálisis de algunos de los más cacareados proyectos oficiales (como el segundo Plan Federal de Viviendas, del cual en dos años se ejecutó menos del dos por ciento) podrían desnudar no sólo falencias de gestión, sino también de caja.
La parte más visible de esos desequilibrios son los subsidios a las empresas de servicios públicos, que este año superarán los 30 mil millones de pesos. Esos subsidios apuntan a “contener” precios clave, como los de la energía y el transporte público.
El economista Miguel Bein calculó el nivel de “ajustes” tarifarios implícitos en las transferencias de 2007. ¿Los resultados? Subas de 95 por ciento en el boleto de colectivos, 355 por ciento en los subterráneos y 192 por ciento para la energía eléctrica.
Es obvio que ningún gobernante sensato puede proponerse eliminar esos subsidios de un plumazo, pero debe al menos contener el alud. De la mano de Néstor o de Cleto, ésa es la magnitud del desafío de Cristina Fernández
Fuente |
La Voz del Interior