- Maldita lluvia, ¿Cuándo ha de parar? – se quejó un comensal.
- Oye! Ten cuidado con tu boca, no sabes el poder que puede tener el agua – dijo uno que estaba bebiendo a su lado.
Una sonrisa apareció en los labios de Hephaestus. El guerrero de agua se encontraba de paso en este pueblo de mala muerte, el pueblo de los mineros del Paso del Diablo, un lugar en donde las nieblas nunca desaparecían, en donde se oía un continuo ulular enloquecedor. Desde hacía un tiempo que exploraba la zona alta de las montañas buscando rastro de las Harpías. Sin apenas probar bocado decidió que era hora de largarse de ese lugar el cual apestaba por el hollín acumulado durante largos años.
- Hey, tú! ¿Acaso no me piensas pagar? – gritó el dueño de la taberna.
El guerrero sin detenerse metió una mano en su bolsa y sacando una moneda de oro se la tira en el mostrador.
- Es más de lo que vale tu mugrosa comida – le dijo.
El tabernero quiso comenzar una protesta, pero una mirada de hielo del guerrero le bastó para guardarse sus palabras.
Un viento terrible se había levantado, la lluvia no amainó durante toda la mañana y no había signos de que eso haya de cambiar en lo que restaba del día. Pero eso no le importó, se sentía cómodo bajo el agua de lluvia, su elemento. El contacto con el agua le infundía nuevas fuerzas, y con ellas decidió seguir su rumbo.
Durante horas caminó buscando rastros de las aves pero sabía que sería imposible encontrarlas, ellas lo encontrarían a él y debería estar atento para evitar ser sorprendido por el enemigo.
Su búsqueda no era sin un propósito más que el de la aventura. En su eterno peregrinar había llegado a un pueblo perdido en la zona sur de las Colinas del Viento y allí se encontró con una mujer que pedía ayuda a gritos, gritos de desesperación. Sin poder soportar ver el dolor ajeno, decidió acercase y preguntarle que le sucedía, y esta le contó su historia. Unos días atrás, había decidido salir con su pareja a dar un paseo por la zona baja de las montañas. Los días en los cuales el viento estaba calmo eran muy escasos y es por eso que se vieron impulsados a salir aun conociendo los peligros que correrían. Bien sabido era que en esos escasos días, no solamente las parejas humanas decidían salir de sus guaridas. Se decía que en las montañas se habían avistado innumerables veces seres corpulentos y con cuernos, los aldeanos los denominaban Minotauros, los cuales eran despiadados y odiaban a los humanos más que a cualquier criatura. Pero no tan solo ellos ocupaban las montañas, en las zonas altas vivían las Harpías las cuales solían salir a cazar cuando el viento decidía tomarse un respiro para poder juntar nuevas fuerzas y soplar durante días sin cesar.
En un momento dado, la mujer oyó un sonido encantador, era música a sus oídos, unos cantos dulces que los invitaban a acercarse hacia unos árboles grandes que tenían muy cerca. Sin medir el peligro se acercaron a investigar. Demasiado tarde se dieron cuenta de su error. Una Harpía hizo su aparición ante ellos y con una velocidad increíble apresó al hombre con sus garras. El ave comenzó a graznar en lo que parecía una risa demoníaca, y sin dejar de hacerlo, tomó vuelo llevando su víctima con ella. Desesperada la mujer corrió al pueblo pidiendo ayuda a gritos, pero nadie quería correr el riesgo de encontrarse con esos seres malvados.
Así fue como el guerrero decide ayudar a la mujer, y ésta entre gritos de alegría y sollozos decide ofrecerle una cuantiosa recompensa por averiguar qué había sucedido con su marido.
Mientras recordaba estos hechos, Hephaestus logra oír un sonido peculiar. Era el sonido del batir de alas. Estaban cerca, lo sabía. Desenvainando su cimitarra, decide esperar, sabía que la paciencia no era una de las virtudes de estos seres alados lo que las llevaría a investigar más de cerca quien era el que se atrevía a acercarse a sus dominios.
La espera no se hizo demasiado larga, una Harpía se posó cerca de él y mirándolo de reojo lanzó su risa diabólica, una risa que helaba los huesos. Conteniendo los deseos de correr ante tan horroroso sonido, el guerrero decide acercarse.
- ¿Quién eres, y que es lo que haces en este lugar? – graznó la harpía. ¿Acaso no sabes que este es nuestro lugar y que todo aquel que se acerque será nuestro?.
- Mi nombre es Hephaestus y estoy aquí porque me ha sido encomendada una misión.
La harpía se quedo mirándolo, interesada por sus palabras. El guerrero sabía que una de las debilidades de las harpías era la curiosidad, pero también sabía que era imposible mentirles, estas detectaban las mentiras inmediatamente, lo cual las enfurecía y no convenía hacerlo, no hasta averiguar el paradero del hombre.
- ¿Una misión?, ¿Qué misión es esa de la que hablas que te trajo por estos lugares? Aquí no encontraras nada más que la muerte.
- Es posible que la muerte encuentre en este lugar, pero mi misión es buscar a un hombre que desapareció hace unos días. Se encontraba en la zona sur de las montañas junto con su mujer, y una de ustedes hizo su aparición secuestrándolo.
El ave comenzó a reír enloquecidamente, le causaba mucha gracia la historia de este guerrero, ¿acaso no se imaginaba que había sucedido con el infortunado hombre?, pensar esto le causaba mucha gracia y así se lo hizo notar al guerrero.
Durante largos minutos la harpía rió sin parar, el guerrero esperaba pacientemente, sabía que este ser tenía algo para él, lo presentía. El continuo ulular del viento magnificaba la risa del ser alado, pero eso no lo amedrentaba.
De repente, la harpía dejó de reír y se lanzó al ataque.
- Estúpido! Tuvimos nuestro festín con él, y ahora tendremos uno contigo! – gritó.
Hephaestus esperaba esta reacción, esperó hasta último momento deslizándose rápidamente hacia un lado al mismo tiempo que levantaba su cimitarra en un movimiento diagonal de abajo hacia arriba. La bestia cayó torpemente a un lado. Un gorgoteo salía de su garganta, trataba de reírse pero el corte que tenía en su cuerpo hacia que brote sangre por todos lados.
El guerrero sabía que se tenía que mover rápido, en cualquier momento aparecerían más de estos monstruos y su suerte no lo ayudaría, por lo que decidió investigar rápidamente los alrededores. Encontró la guarida de la harpía, y en el fondo de esta se encontraba los restos de lo que había sido un ser humano, el cual parecía haber sido devorado recientemente. Tomando los restos de su túnica, decide salir rápidamente de ese lugar.
Mientras se alejaba escuchó el lamento de las harpías, seguramente encontraron el cadáver de su compañera muerta. Eso ya no le importaba, había encontrado lo que quería. Una misión más cumplida.
El viento se levantó furioso y trajo consigo una fuerte lluvia. Pero esto no molestaba al guerrero, el agua era su elemento, su vida.