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Tema: Lucha para apropiarse de la ciudad - por Jean-Pierre Garnier

  1. #1
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    18 oct, 08
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    Lucha para apropiarse de la ciudad - por Jean-Pierre Garnier

    Comparto con ustedes un lindo artículo sobre el desarrollo urbano. Quizás quienes vean en mayor medida el conflicto sean quienes vivan en grandes orbes, y sobre todo en Capital Federal.



    Lucha para apropiarse de la ciudad

    En 2007, el mundo vivió en silencio una transformación histórica: desde ese año, más de la mitad de la población humana vive en ciudades. A lo largo de los siglos, el proceso de urbanización ha sido intermitente, pero siempre estuvo ligado a la división del trabajo y a la formación de clases, a la concentración del poder y del saber.

    La civilización urbana actual nace con la revolución industrial. Heredó sus contradicciones: en las ciudades, la segregación social margina a los pobres y el desarrollo vertical de urbes futuristas va de la mano del crecimiento horizontal de las villas miseria. Centros urbanos pensados como centros de negocios, las metrópolis se enfrentan por los flujos de capital y de mercaderías, creando burbujas inmobiliarias y atizando la protesta social.

    La reestructuración urbana por “destrucción creadora” adquirió una dimensión planetaria. De Bombay a Pekín, pasando por Londres, Nueva York o París, muchos barrios populares bien ubicados son reacondicionados y sus antiguos habitantes despachados a la periferia en grupos de viviendas de baja gama para dejar lugar a un hábitat “de categoría”: sedes sociales, equipos culturales prestigiosos capaces de atraer a los inversores, promotores inmobiliarios, directores de sociedades, cuadros superiores y turistas adinerados. En resumen, “la villa miseria global entra en colisión con la obra de construcción global; una asimetría atroz que no puede ser interpretada sino como una forma flagrante de confrontación de clases”, concluye el geógrafo David Harvey (1). Por consiguiente, ¿hace falta deducir que, más allá de la aparición de nuevas disposiciones urbanísticas y arquitectónicas, la lucha secular entre dominantes y dominados por la conquista (o la reconquista) del espacio urbano se efectúa según una dinámica inmutable?

    Eso sería despreciar los efectos ideológicos y políticos de la recomposición de los grupos sociales, en particular en los países donde la “terciarización” se impone sobre la industrialización. Desde el último cuarto del siglo XX, el crecimiento de las actividades llamadas de servicio fue de la mano de la expansión de una nueva clase media ligada a la polarización de las funciones financieras, jurídicas y culturales clave, en medio de áreas urbanas erigidas al rango de “metrópolis” a escala mundial o, al menos, nacional. Dos rasgos centrales de esta evolución llaman la atención: por una parte, el creciente poder de una fuerza de trabajo intelectual provista de un importante capital académico (estudios y diplomas de enseñanza superior) que, preocupada ante todo por cosechar sus frutos, ligó su suerte a la de la burguesía. Por otra, el debilitamiento y la posterior desintegración del movimiento obrero, consecuencia de la descomposición del tejido industrial tradicional, que provocó la debacle de los proyectos de transformación radical de la sociedad y de los ideales de emancipación colectiva que los sostenían.


    Reorganización a la fuerza


    Quien dice “confrontación” –para retomar la formulación de Harvey–, no necesariamente dice enfrentamiento. Hoy, en el espacio urbano, las divisiones de clase se manifiestan más bien según el modelo de separatismo. Los choques frontales entre los que poseen y los desposeídos son escasos. La lucha para apropiarse de la ciudad no cesó por falta de combatientes, sino porque, frente a una burguesía siempre a la ofensiva, el otro protagonista, el proletario, ya no está en condiciones de oponérsele. La primera “conserva el conjunto de los atributos de una clase: comunidad de situación, de destino, sentimiento de pertenencia y estrategias múltiples de reproducción, incluyendo las acciones que apuntan a debilitar el mundo del trabajo” (2). El proletariado obrero, en cambio, perdió la conciencia de su existencia colectiva y del “papel histórico” de sujeto revolucionario llamado a subvertir el orden establecido que le habían atribuido los teóricos del socialismo.

    Sin duda, las maniobras de las clases dirigentes para privar a los estratos populares de su territorio no dejaron de suscitar resistencias: enfrentamientos en América Latina bajo la forma de luchas contra la delincuencia o la subversión entre la policía o el ejército y los habitantes de los campamentos, ciudades “callampas”, favelas y otros barrios de viviendas precarias; “limpieza” manu militari de las villas miseria en el Magreb y en África subsahariana; desalojo “forzado” en China “popular” de los antiguos habitantes y demolición de sus casas para dejar el terreno libre a las infraestructuras y los edificios destinados a adaptar las grandes ciudades a la globalización mercantil; incendio metódico de gran alcance en antiguos barrios “alternativos” de Berlín asediados por la neo burguesía tras la reunificación.

    Se podrían mencionar también las revueltas de la población negra en los guetos estadounidenses durante los años sesenta o incluso la de los jóvenes inmigrados afrocaribeños de las zonas relegadas de los suburbios ingleses que reclamaban la “renovación” prometida por el gobierno de Margaret Thatcher a principios de los ochenta. Durante los años setenta, en Francia, Italia y España, numerosas manifestaciones, tomas, multiplicación de okupas, autorreducción de alquileres, florecimiento de asociaciones vecinales y de comités barriales más o menos explícitamente ubicados bajo el signo de la reivindicación de un “derecho a la ciudad” para todos hicieron creer en el surgimiento de un nuevo tipo de movimiento social, calificado como “lucha urbana” por una sociología crítica. Los teóricos y los militantes de extrema izquierda que habían creído discernir en esta agitación la apertura de un nuevo frente en la lucha anticapitalista se defraudaron.

    Salvo unas pocas excepciones, la unión entre trabajadores y ciudadanos, esperada como resultado de la prolongación del dominio de la lucha de clases a los lugares de residencia, no se concretó. Cuando sucedió, como en Chile, en Argentina, o en algunas ciudades italianas y españolas (Turín, Boloña, Barcelona) –donde los trabajadores lograron vincular la lucha contra la explotación en las fábricas con la lucha librada contra los promotores, los propietarios y su sostén político–, la resistencia revistió formas efímeras y sin futuro, sofocadas a menudo por la represión. En otras partes fue neutralizada por la recuperación: las negociaciones con los poderes instalados tuvieron con frecuencia por efecto, si no por fin, disipar la combatividad y la radicalidad de los habitantes sublevados, aunque sólo fuera otorgando prestigio a sus líderes, como lo ilustró de manera emblemática la promoción, en 1989, del ex “contestatario” Daniel Cohn-Bendit al puesto de adjunto del alcalde del Partido Social Demócrata de Francfort-sur-le-Main como encargado de asuntos multiculturales.

    Las “luchas urbanas”, cuyo estallido, se suponía, iba a reforzar al proletariado mediante la incorporación de otras categorías sociales en la lucha contra el capital, habían sido conducidas –y todavía más, teorizadas–, sobre todo por militantes “contestatarios” provenientes de la universidad (profesores, investigadores, arquitectos, trabajadores sociales, etc.). Ahora bien, la importancia que revestía a sus ojos el “marco de vida” iba acompañada de cierta indiferencia, cuando no de pura y simple ignorancia, respecto de lo que se desarrollaba en el “mundo del trabajo”. En Francia, bajo la batuta de mandarines universitarios de la “segunda izquierda” (François Dubet, Didier Lapeyronnie, de hecho los precursores del social-liberalismo), las luchas urbanas se inscribieron incluso entre los “nuevos movimientos sociales” llamados a tomar el relevo de un movimiento obrero agotado. Se suponía que iban a “cambiar la vida” sin que fuera necesario terminar con el capitalismo, por entonces considerado insuperable. “Cambiar la ciudad” ya no implicaba cambiar de sociedad: bastaba con ayudarla a evolucionar, aunque más no fuera dándole una cara más “urbana”.

    Muchos ex detractores de la urbanización capitalista adhirieron a esta tarea. Sociólogos y geógrafos urbanos, arquitectos y urbanistas, técnicos en ordenamiento urbano y representantes locales conjugan ahora sus esfuerzos para adaptar el espacio urbano a los requisitos del capitalismo “posmoderno”. Después de haberlos vaciado de toda connotación revolucionaria, no dudaron en retomar algunos temas del “derecho a la ciudad”, teorizados por el sociólogo marxista Henri Lefebvre (3): prioridad de lo cualitativo sobre lo cuantitativo; rechazo de la estandarización de la construcción para preservar o restituir la historicidad, la autenticidad y la personalidad de un barrio; importancia acordada a los espacios públicos, considerados lugares de sociabilidad espontánea por excelencia.


    “Personas de calidad”


    Ya no se trata de hacer tabla rasa del pasado urbano como en la época de la “renovación-topadora”, donde los islotes juzgados insalubres, o incluso barrios enteros abandonados durante mucho tiempo, eran arrasados para “liberar terrenos” propicios al florecimiento de inmuebles “de categoría”, viviendas u oficinas, donde las calles tortuosas y atestadas, heredadas de los siglos precedentes, eran remplazadas por rutas o arterias para “adaptar la ciudad al automóvil”. Ya no es momento para la destrucción –salvo cuando la construcción existente es irrecuperable–, sino más bien para la “rehabilitación”, la “regeneración”, la “revitalización”, el “renacimiento”. Esta terminología, en boga entre los diversos encargados del ordenamiento de las ciudades, apunta sobre todo a disimular una lógica de clase: reservar los espacios “recalificados” a personas de calidad. “Todos estos términos que comienzan por ‘re’ son a priori positivos para la ciudad, pero eluden completamente la cuestión social. Que un barrio se vuelva moderno y de moda implica también que una serie de habitantes fueron expulsados de él. El barrio anda pues, ‘mejor’, pero no para las mismas personas”, apunta un geógrafo belga (4). Dicho de otra manera, si hay “renovación urbana” –otro pseudoconcepto lanzado en Francia durante el gobierno de la “izquierda pluralista” en el marco de la “política de la ciudad”–, ésta apunta primero a renovar la población para que los habitantes de las zonas centrales de las grandes aglomeraciones concuerden con su nueva vocación: imponerse como una “metrópoli” dinámica y atractiva.

    Aunque se haya efectuado progresivamente, la llegada a los antiguos barrios obreros de grupos sociales pertenecientes tanto a las franjas superiores o intermedias del asalariado, como a las profesiones liberales provenientes del desarrollo de la “sociedad de la información y de la comunicación”, fue sentida por los habitantes originales a menudo como una invasión. En definitiva, esto significaba para la mayoría de ellos –especulación hipotecaria e inmobiliaria mediante– su propio desplazamiento y reemplazo por ciudadanos acomodados y cultivados, ansiosos por constituirse en una identidad de residentes congruente con su identidad social. Pues la “gentrificación” (5) no concierne solamente el espacio construido, afecta también el espacio político y, en particular, la naturaleza de los partidos de la izquierda oficial cuya base popular no ha dejado de reducirse. “Se trata de un fenómeno europeo; en todas partes se asiste a una ‘gentrificación’ de la socialdemocracia”, observa el geógrafo Christophe Guilly (6). Por eso no asombra que las municipalidades de izquierda tiendan, la mayoría de las veces, a adelantarse a los deseos y las aspiraciones de su nueva base social, especialmente en materia de urbanismo, vivienda y consumo cultural.

    En un lujoso folleto que expone el futuro deseable de París para el siglo XXI y los reacondicionamientos programados para hacerlo realidad, Anne Hidalgo, la primera adjunta del alcalde encargada del urbanismo y la arquitectura resume la problemática que se impone de ahora en más a los representantes locales de las grandes ciudades: asentar su rango y su identidad de “ciudades globales”, “un estatus que la capital francesa disputa con muchas metrópolis mundiales” (7). Los discursos románticos y consensuados sobre la necesidad de “romper con el aislamiento del centro de la aglomeración” en relación con la periferia, y de echar “una nueva mirada sobre su lugar en el seno de la región urbana” no deben ilusionar. Al igual que el super RER, tren urbano previsto para el hipotético “Gran París”, el proyecto del circuito del Ring a lo largo de los barrios tradicionales de Anvers no apunta a responder a las necesidades más urgentes de los habitantes en materia de desplazamiento, sino a poner en relación directa los polos económicos, los nudos de autopistas, los aeropuertos y las estaciones. En otras palabras, son los puntos considerados vitales para la circulación de capital, los cuales, articulados entre ellos, permitirán a la metrópolis no quedar distanciada de sus rivales europeas.

    De la misma manera, ¿acaso los extraordinarios planes de urbanismo que supuestamente acrecientan “el atractivo” del “Gran Hanoi” no ayudan a la ex capital de la resistencia antiimperialista, nuevo Eldorado para los promotores y “capital del shopping” muy apreciada por los turistas occidentales, a mantener su rango frente a Singapur, Hong Kong o incluso Shanghai? ¿Y qué decir de la construcción programada, en San Francisco, de un prestigioso “centro de tránsito” donde se interconectarán los diferentes tipos de transportes públicos para hacer más fluido el tránsito alrededor de la bahía? Esta operación de “renovación urbana” que integra rascacielos y equipamientos para el ocio apunta a “cambiar el perfil físico de la ciudad”. Su perfil social también: una parte del antiguo downtown que comprende numerosos edificios ocupados será pura y simplemente borrado del mapa (8).

    El “proyecto compartido” que, se supone, une la parte central y la periferia de las regiones urbanas en un “destino común” no es sino la aplicación espacial del principio cardinal llamado a regir el conjunto de la vida en sociedad sobre todo el planeta: la “competencia libre y no falseada”.


    REFERENCIAS

    (1) David Harvey, “The right to the city”, New Left Review, Nº 53, Londres, septiembre-octubre de 2008.
    (2) Paul Bouffartigues, Le retour des classes sociales. Inégalités, dominations, conflits, La Dispute, París, 2004.
    (3) Henri Lefebvre, Le Droit à la ville, Anthropos, París, 1968.
    (4) Mathieu Van Criekingen, La Tribune de Bruxelles, 6-12-07.
    (5) Neologismo derivado del ingles gentry, que podría traducirse como aburguesamiento o elitización. Se aplica a los fenómenos de transformación urbana que consisten en el desplazamiento de la población habitual de un barrio depauperado y degradado por otra de un nivel económico mucho mayor, que lo renueva y recategoriza.
    (6) Christophe Guilly, “La nouvelle géographie sociale à l’assaut de la carte électorale”, Centre d’études de la vie politique française (Cevifop), París, 2002.
    (7) Anne Hidalgo, “Paris doit faire face à une evolution profonde du monde”, Paris 21e siècle, Atelier parisien d’urbanisme-Le Passage, París, 2008.
    (8) Brad Ston, “Ambitious Downtown Transit Project Is at Hand”, The New York Times, 3-1-10.


    Fuente: Le Monde Diplomatique - Edición Cono Sur - Abril 2010
    Ser gobernado es ser observado, inspeccionado, espiado,dirigido, sometido a la ley, regulado, escriturado, adoctrinado, sermoneado, verificado,estimado, clasificado según tamaño, censurado y ordenado por seres que no poseen los títulos, el conocimiento ni las virtudes apropiadas para ello. Ser gobernado significa, con motivo de cada operación, transacción o movimiento, ser anotado, registrado, contado, tasado, estampillado, medido, numerado, evaluado, autorizado, negado, autorizado, endosado, amonestado, prevenido, reformado, reajustado y corregido. Es, bajo el pretexto de la utilidad pública y en el nombre del interés general, ser puesto bajo contribución, engrillado, esquilado, estafado, monopolizado, desarraigado, agotado, embromado y robado para, a la más ligera resistencia, a la primera palabra de queja, ser reprimido, multado, difamado, fastidiado, puesto bajo precio, abatido, vencido, desarmado, restringido, encarcelado, tiroteado, maltratado, juzgado, condenado, desterrado, sacrificado, vendido, traicionado, y, para colmo de males, ridiculizado, burlado, ultrajado y deshonrado

  2. #2

    Re: Lucha para apropiarse de la ciudad - por Jean-Pierre Garnier

    mmm, interesante

    Pd. mato la bola que le dieron

  3. #3
    1 2 3 14 Avatar de Poo
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    Re: Lucha para apropiarse de la ciudad - por Jean-Pierre Garnier

    xD yo lo lei pero no tengo nada que acotar.

    cuando hables procura que el silencio no sea mejor que tus palabras... no tendria que hablar nunca
    DEMACIAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA

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