Nostalgias económicas argentinas

Siento nostalgia del 25 % de desempleo. De los despidos en cadena. De aquel
mar de desocupados que hacían colas todo el día y toda la noche en la puerta
de los diarios para buscar los avisos clasificados. Extraño las noticias de
corrupción del PAMI.
No me acostumbro a que el riesgo país sea de menos de trescientos puntos
cuando antes llegaba a más de seis mil. Siento nostalgia de cuando el FMI
venía a dar sermones de ajuste mientras nos estábamos cayendo. No quiero
olvidarme de que los jubilados nunca recibían una buena noticia.
Extraño la época en que a nadie se le ocurría que le podían aumentar el
sueldo pero sí bajárselo. De cuando se humillaba a los científicos. Me viene
melancolía de ya no tener que oír a los agoreros que deseaban que el dólar
subiera a más de diez pesos y de cuando se cerraban negocios en las grandes
avenidas donde ahora los inversores no encuentran un local vacío. Me he
olvidado de las ferias del trueque y del patacón y de las monedas
subalternas. Extraño la época en que los padres de clase media tenían que
sacar a sus hijos de los colegios por no poder pagar la cuota. Y cuando los
mercaditos y almacenes solo vendían alimentos sueltos a cien y doscientos
gramos y las verdulerías de a una cebolla. O cuando los
supermercados no gozaban como ahora de récords de ventas. Y el único mercado
de autos que había era el de los autos usados.
Extraño cuando el campo no producía la imparable riqueza de soja y se
lamentaba igual que ahora, pero más fundadamente. Siento nostalgia de los
tiempos en que la Corte Suprema era un bochorno. Y de cuando la
Deuda Externa era una espada de Damocles sobre la vida argentina. No me
olvido de que los taxis para no gastar gas se estacionaban en las esquinas a
esperar el azar de algún pasajero. Ni de cuando se conseguían pasajes en
avión al exterior sin tener que hacer las reservas un mes antes, como ahora.
O cuando Mar del Plata explotaba de desencanto y desocupación y no como hoy
que explota de turismo y consumo. Y la calle Corrientes tenía sus teatros
vacíos y no se abrían restaurantes uno tras otro, y la clase media no
compraba rúcula sino solo lechuga marchita, y en las casas de departamentos
apagaban por horas la caldera para evitar el consumo continuado, y en la
ciudad nadie construía casi nada y hasta la casa Rosada era el símbolo sin
poder de un país despintado. Siento nostalgia de la época en que en Europa
nos tenían lástima y nos mandaban asistencia, y los acreedores nos
injuriaban y querían mandarnos a la quiebra. Y aquí los damnificados salían
a la calle a dañar bancos reclamando la plata que les habían quitado, y los
pobres salían a reclamar comida. En cambio ahora se sale a la calle a
reclamar aumentos de salarios. Es bueno recordar. Porque el olvido es la
patria de la injusticia.