por Rodolfo Wall
Cada vez que juega Barcelona, los argentinos miramos nuestros ombligos y pensamos cómo es que Lionel Messi, con la camiseta azulgrana, hace las cosas que no hace con la camiseta celeste y blanca. O sea, ¿cómo hacer para que la Pulga argentina juegue como la Pulga catalana? En todo caso, ¿pueden jugar igual? Obviamente que sí: acá y allá es el mismo. La cuestión está en que la belleza de Barcelona (perdón, adoradores de Messi) no radica sólo en él. Y eso parece aliviarlo. Al contrario, los argentinos parecen posarle la tarea más pesada: la del hombre que todo lo resuelve.
Pep Guardiola armó un equipo en el que cada engranaje funciona en armonía. Eso se nota en cada partido. El técnico catalán piensa en un conjunto de hombres que se brinden al espectáculo con un gran compromiso de solidaridad. “¡Somos uno!”, les gritó a sus jugadores antes de la final de la Champions League, frente al Manchester United.
Después de ese partido, en el que el Barça completó su triple corona, los medios argentinos, entregados a la necesidad periodística, elevaron a Messi al Olimpo. Y, sin embargo, quienes vieron el partido pudieron observar que el buen juego barcelonés se construyó a partir del dúo Xavi Alonso-Andrés Iniesta, dos muchachos que juegan de maravillas. La definición de César Luis Menotti sobre Iniesta es insuperable: “Le ponés una corbata y parece un bancario. Pero lo ves jugar y es un genio, el mejor del mundo”
A partir de Xavi-Iniesta, el corazón del fútbol de Barcelona, entran a tallar Messi, Henry y Eto’o. Es difícil hacer paralelismos con la Selección que dirige Diego Maradona. Para empezar, los nombres son distintos. Pero lo que verdaderamente distingue a un equipo de otro –más allá de sus sistemas de juego– es la posibilidad de ensayo. Messi lo dijo hace unos días con su simpleza habitual: “Allá tengo todo el año para demostrar y si no juego bien hay revancha rápida. En la Selección, jugás cada dos meses y la gente se queda con eso. Es difícil”.
Diego quiere al Messi del Barcelona (¡quién no!) para que haga lo mismo en la Selección. Y eso debe significar también no depender de Messi. Si algo no tiene el equipo catalán es dependencia de un jugador. Guardiola no armó Barcelona a partir del rosarino, sino que dibujó un esquema en el que todos juegan, todos colaboran, todos participan, lo que obliga a Messi a moverse más para entrar en ese circuito. Y al revés: lo que obliga al resto a no estar tan pendientes de él.
En los partidos de la Argentina, en cambio, suele verse a Messi parado sobre el costado derecho con esa cara de nada, aguardando el momento exacto en tener la pelota a sus pies. Y ahí mismo, como si fueran eyaculadores precoces, todos esperan que sus gambetas terminen en goles de una buena vez.
No estaría mal dejar un poco en paz a Messi, pensar que el fútbol es una obra colectiva y que, como lo imagina siempre Guardiola, los partidos se ganan jugando bien, dando toques de imprevisión, para lo que la solidaridad de los once jugadores resulta una premisa inevitable.
Fuente: Crítica Digital