Carta de la juventud argentina a los adultos argentinos (gobernantes y gobernados)…
"En 1909, el ingreso per capita de Argentina era 50 por ciento más alto que el italiano, 180 veces mayor que el japonés y 5 veces superior al brasilero. A lo largo del siglo 20, la posición de la Argentina en el mundo cayó bruscamente. Para el año 2000, el ingreso de Argentina era menos de la mitad que el registrado por Italia o Japón” (Edward L. Glaeser, profesor de economía en Harvard).
Hace 100 años la Argentina era un país rico, llegando a ser la quinta economía en el mundo. Líder indiscutida en la región, modelo a seguir por otras naciones, y como algunos decían, “un pedazo de Europa en Latinoamérica”.
Hoy la Argentina no solo dejó de ser un país importante e influyente, sino que a lo largo de un siglo, supo destruir todo lo que había conseguido en el siglo anterior.
Actualmente nos encontramos en un momento decisivo para la historia de este bendito país. Los tiempos han cambiado, y hemos dado mucha ventaja. Países a los que antes mirábamos desde arriba nos han alcanzado e incluso superado, y los países con los que antes nos codeábamos se han olvidado, por culpa nuestra obviamente, de que alguna vez este país se propuso y logró ser una tierra de prosperidad y futuro.
Los argentinos siempre nos hemos destacado por ser sumamente competitivos, por querer ser los mejores en todo, y en cierta forma ese espíritu ganador y emprendedor tuvo fructíferas consecuencias durante mucha parte de nuestra historia. Sin embargo, y a pesar de la alta autoestima del “ser argentino”, cuesta explicarse como “los mejores del mundo” han convertido a un país naturalmente rico en un país pobre. Siempre se ha dicho que el argentino medio es educado e inteligente, pero ¿cómo explicar que esta inteligencia nos ha llevado a dilapidar nuestra fortuna originaria y volvernos “vagabundos”? ¿Cómo ponernos en un pedestal de superioridad cuando no supimos cuidar lo nuestro derrochando muchas de nuestras riquezas? ¿Acaso el hecho de que todos nos creamos “los mejores” ha llevado a que ni siquiera podamos comprendernos mutuamente, y a diferencia de antes, donde dicho espíritu de competencia era conducido y canalizado a favor del grupo, luego dicho espíritu se comenzó a atomizar y ya no pudimos entendernos ni siquiera entre nosotros?
Si durante gran parte del siglo pasado, alguien le hubiera preguntado a cualquier persona con cierto grado de conocimiento la probabilidad de que Argentina se encuentre en la posición en la que está hoy, seguramente la respuesta hubiese sido “remota y sumamente improbable”. Nosotros mismos hicimos que lo improbable se vuelva realidad.
La Argentina no va a seguir teniendo oportunidades infinitas para volver a ser un país serio. Nunca aprovecharemos esa oportunidad si no logramos finalmente reconciliar a todos los argentinos y volver a volcar la energía e inteligencia individual para un fin común y así beneficiar a la nación toda.
Quienes han gobernado y quienes han sido gobernados también durante gran parte de los últimos 100 años han contribuido en mayor y menor medida a que la Argentina rica se vaya transformando en pobre.
Mientras aquí nos seguimos peleando entre nosotros, discutiendo sobre ideologías y hechos que ocurrieron hace décadas, el mundo crece, los países evolucionan y nosotros seguimos mirándonos el ombligo, como frenados en el tiempo, o mejor dicho, retrocediendo en el mismo e impregnando dicho retroceso en todos los demás aspectos.
Quienes han conducido políticamente al país, y quienes como ciudadanos han acompañado como sociedad dichas conducciones, no han podido guiar a la Argentina hacia el sueño de un país desarrollado, serio y de progreso. Inversamente, han hecho absolutamente lo contrario. Han decepcionado así no solo a sus antepasados, quienes lograron posicionar al país en los primeros lugares, sino también a sus hijos y generaciones futuras, quienes, salvo que volvamos a ponernos de pie, estarán condenados a vivir en un país pobre y sin futuro alguno.
YA ES SUFICIENTE. La Argentina está enferma. La juventud argentina les pide encarecidamente a ustedes, adultos argentinos, que la cuiden y la protejan, cada uno desde su lugar, para que las generaciones jóvenes libres de rencores del pasado que gobiernen y sean gobernadas en 15 ó 20 años se encuentren con una Argentina que esté a tiempo ser redireccionada hacia su destino. No dejen que este país muera. Es ahora, después será tarde.
José Luis Foglia