¿Cuántas veces emitimos opiniones como si fueran verdades absolutas sin darnos cuenta de que en realidad pueden estar afectadas por el lugar que ocupamos en nuestras sociedades? Puede tratarse de juicios sobre el comportamiento de otros, posturas acerca del rol del Estado en la economía y la adopción de actitudes que inadvertidamente hasta pueden contener características discriminatorias.
Podemos pensar que es importante que existan derechos básicos y libertades para todos, pero si ocupamos una posición cómoda estaremos menos dispuestos a involucrarnos activamente en lo que hace falta para conseguir esa igualdad. Si perteneciéramos al grupo perjudicado nuestra visión y compromiso seguramente aumentarían.
Quizás la distribución del ingreso se nos antoja justa tal como es hoy y preferimos que el Estado no se inmiscuya ni nos ponga demasiados impuestos. Te puede indignar que alguien intente limpiar el vidrio de tu auto en lugar de estar haciendo otra tarea y podes reclamar la intervención de las autoridades. ¿Pero tendrías la misma visión si estuvieras del otro lado del parabrisas?
Imaginemos por un segundo lo siguiente: antes de ser concebidos, cuando aún somos una mera intención de vida, en un sitio que no conocemos se juega una lotería. Ese azar va a determinar dónde y cómo hemos de venir al mundo. De acuerdo con lo que salga te tocará ser hombre o mujer, argentino o uzbeco, alto o bajo, gordo o flaco, homosexual o heterosexual, judío, cristiano, musulmán o ateo. Podés nacer millonario en Nueva York o pobre en Sierra Leona, donde la mortalidad infantil es tan alta que tendrás 25% de chances de no superar los cinco años de edad.
Si bien cada ser humano tiene después la capacidad para andar su propio camino, la verdad es que en esa lotería se define la mayor parte de nuestra existencia. Hay ejemplos admirables de personas que se sobrepusieron a las tremendas desventajas de origen y a todos los obstáculos en el camino para construir una historia de éxito (Nelson Mandela o Diego Armando Maradona, para poner dos ejemplos que poco tienen que ver entre sí). Pero si se hacen tan conocidos es precisamente porque constituyen la excepción a la regla.
Tener un registro permanente de qué lugar en el mundo nos deparó la lotería prenatal resulta particularmente útil a la hora de pensar ciertos temas y evitar que queden nublados por prejuicios o perspectivas particulares.
La Argentina es un país donde las oportunidades ciertamente no resultan iguales para todos. Por ello, a la hora de pensar en términos de políticas públicas es interesante priorizar aquellas que tiendan a equiparar de manera sostenible el punto de partida de la mayor cantidad de personas. Es decir, una sociedad donde las diferencias económicas se produzcan por mérito de las personas, o por elecciones y gustos distintos, y no porque en el Juego de la Vida algunos arrancan en el casillero de Inicio, otros con la mitad del trayecto hecha, y otros directamente desde afuera del tablero.
La igualdad de oportunidades no es una quimera. Existen países, como los escandinavos (Dinamarca, Noruega y Suecia), que han alcanzado un nivel de desarrollo entre los más elevados del mundo y donde las posibilidades de una persona no cambian tanto según en qué parte del país nazcan.
Esta perspectiva no es para nada novedosa. La desarrolló minuciosamente uno de los filósofos políticos más importantes del siglo XX, el estadounidense John Rawls, fallecido en 2002. En su libro Teoría de la justicia, él utiliza una imagen más glamorosa que la de la lotería; la denomina “velo de la ignorancia”, y sostiene que los derechos y deberes básicos de los ciudadanos en una sociedad deben ser acordados como si todos tuviéramos una tela delante de los ojos que nos impidiera ver (o nos hiciera olvidar) el lugar exacto en el que estamos. De esta manera no conocemos ni nuestros talentos o deficiencias naturales, ni nuestro sexo, raza, religión o estatus económico.
Con esta ceguera sobre nuestros propios intereses actuales podemos decidir imparcialmente cómo queremos que funcione nuestra sociedad. Y como la ignorancia de nuestro lugar particular nos hace a todos iguales, los principios a los que lleguemos serán universales.
Es prácticamente imposible ponernos el velo de la ignorancia en cada momento de nuestras vidas para intentar evaluar las cosas desde otro prisma. Pero antes de ser tajantes con opiniones o políticas que afectan demasiado a los demás, puede ser saludable hacer el ejercicio de imaginarnos en otro lugar o con la posibilidad de que alguien venga a decirnos que a partir de mañana tendremos que intercambiar nuestra posición (incluyendo nuestros conocimientos y recuerdos) con la de otro. Quizás nos vuelva más cautos u objetivos en nuestras perspectivas. Tal vez seamos más comprensivos y solidarios. Y en una de esas, hasta podamos valorar más lo que tenemos y darnos cuenta de lo importante que sería que tantos otros pudieran disfrutar de un lugar similar.