Había una vez un hombre volviendo de su agotador y aburrido trabajo, cruzó la calle, llegó a su casa y empezó a preparar su casa para una fiesta muy importante (para él, claro) que iba a ocurrir en la susodicha.
Ubico cuidadosamente los manteles limpios y suavemente perfumados, luego tomó una por una a las delicadas y finas sillas de madera y las acomodó de la mejor manera posible.
Se cortó la luz y se fue.