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Tema: La furia de la Naturaleza [D&D 3.5]

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    Profeta del Caos Avatar de Ajelmen
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    La furia de la Naturaleza [D&D 3.5]

    Smaug, Gran dragón de la Montaña Solitaria, volaba majestuosa y lentamente lejos del poblado de los hombres del lago, era una mañana tranquila, y las personas de Esagorth recogían los barriles que venían flotando por el río, como hacían todos los días. Corría la tercera edad de tierra media, y las cosas, por lo menos hasta la fecha, estaban bastante tranquilas. Incluso los oscuros movimientos del Nigromante del Bosque pasaban desapercibidos para la mayoría del mundo. Para la mayoría menos para los elfos sylvanos. No paso mucho tiempo antes de que los espíritus que salían de Dol Goldor comenzaran a rondar por la zona, aterrorizando a las criaturas del bosque. Criaturas malvadas comenzaron a dejarse ver entre los troncos de los árboles, orcos y trasgos se veían ocasionalmente, en grupos pequeños, merodeando. Así fue como desde el bosque salieron a recorrer la tierra, diversos mensajeros, armados solamente con las palabras del Rey de los elfos, plasmadas en trozos de pergamino.
    Los mensajeros se movían de un pueblo a otro, los exploradores recorrían bastas distancias, los montaraces andaban por las laderas mas escarpadas, las sendas más engañosas y los diplomáticos parlamentaban con los lideres difíciles de persuadir.
    Todos llevaban un mismo mensaje, un mensaje de socorro, de suplica.
    Clavadas con flechas, con dagas, de cualquier forma, las notas grabadas de bellas letras, a pesar de estar en la lengua común, era evidente que estaban escritas por el puño y la letra que solo un noble entre los elfos podría lograr. Las palabras plasmadas transmitían calidez, y cualquiera que las leyese, sentían una leve tristeza, y un sentimiento de ayuda al prójimo. Incluso aquellos de corazón duro, sentían estas emociones, al mismo tiempo que el dulce aroma de las flores silvestres. Es sabido que a los elfos utilizan la magia de muchas formas, y las palabras en un trozo de papel no son la excepción.

    “Valientes guerreros de todas las tierras, de todas las razas, requerimos vuestra ayuda en este momento de necesidad. El Bosque Verde esta siendo asolado por las fuerzas maléficas del Nigromante, solicitamos que los que deseen ayudar a las gentes del bosque a luchar contra esta amenaza a la paz y la libertad, se acerquen a Esagorth, sobre el lago. Serán recompensados por sus esfuerzos.
    El Rey de los Elfos”

    El sol esta alto en el cielo, sus rayos calidos de principio de primavera, iluminan el poblado de Esagorth, sus casas, sus gentes y la gran puerta de madera, que en ese momento, se abre de par en par, bajo el esfuerzo de los guardias.
    Montada, la figura que ingresa al pueblo, lleva el rostro cubierto con una capucha, su andar en el corcel es ligero, y su porte, noble. A su espalda, asoma el mango de una poderosa hoja, y cruzado en su pecho, la cuerda.
    Quizás para cualquiera, esta figura no representase mucho, pero para quienes habían visto alguna vez, a uno de los mas nobles entre los hombres, era inevitable sentir una presión en el pecho, un jolgorio interior, una alegría, al ver a un montaraz Dunedain.
    El caballero, desmonto con gracia, y ató las riendas de su caballo al poste de la taberna del pueblo. Empujo la puerta lentamente, el aroma de comidas recién preparadas inundó su nariz, acostumbrada a percibir ligeros aromas en los bosques y praderas. Su cometido allí era breve y conciso, sin reparar en las personas que almorzaban allí, se dirigió raudo a una de las paredes, donde pendían algunos anuncios. De entre sus ropas, extrajo rápidamente una daga y un pergamino, extendió el último sobre la pared y hundió la daga en la madera, hasta la empuñadura. El tabernero se sobresalto ante el brusco movimiento, pero siguió limpiando la jarra luego de darse cuenta que era solo un anuncio, y no la garganta de uno de sus clientes lo que había sido apuñalado.
    Era el último anuncio que debía poner, la última taberna, y la más cercana. Ahora debía comenzar a buscar hombres fuertes y diestros, gentes que le ayudaran a ayudar.
    Perdido en sus pensamientos, Eatharn se dispuso a salir, se dirigió a la puerta, pero esta estaba siendo abierta desde fuera.
    Una masiva figura estaba ahora delante del noble, tenía un aroma a bosque, a pieles y a sangre. Un enorme arco cruzaba su pecho, protegido con una camisa de mallas, llevaba la cara descubierta, el pelo corto y oscuro, un poco sucio por andar en el exterior. Su rostro era anguloso y rígido, con expresión severa. De una de sus manos colgaba inerte un ciervo, de la otra, un saco de arpillera.
    La caza era buena para Abel, a pesar de las cosas que venían pasando con el Nigromante. Desde el comienzo de su travesía hasta Esagorth, el Bosque Negro era el que había dado mas presas. Hoy, debía entregar unos cuantos conejos y el cervatillo que había cazado justo cuando iba volviendo para la villa, seria un bono extra, unas monedas mas nunca vienen mal.
    Absorto en sus pensamientos, de repente, a la entrada de la taberna, se vio sorprendido por un hombre de noble aspecto, pero con el mismo aroma a bosque que él.
    Miro brevemente al Dunedain frente a si, reconociéndolo luego de unos segundos. Hacia varios días lo había visto, en los bosques, cabalgando inalcanzable por las más tortuosas sendas. Era un montaraz y eso le inspiraba confianza. Por sobre el hombro del noble Dunedain, Abel pudo ver un rostro conocido. Era su hermano, el enorme Ragmar.
    En una de las mesas, hasta ahora ignorado, pero presente, Ragmar, cuyas piernas parecían torres y sus brazos troncos de roble, descansaba su gigantesca persona en una endeble silla. Mientras se chupaba los dedos, saboreando lo último del jabalí asado que acababa de devorar con un apetito voraz, observaba al Dunedain y a su hermano, que acababa de llegar. Sonrió a Abel, mientras se levantaba a leer el anuncio recién puesto.

    El mismo cartel que había visto en ya tres pueblos, desde que comenzaron su viaje hasta Esagorth. “Así que este era el tipo que los ponía” pensó Ragmar, rascándose la barbilla, mientras observaba al Dunedain, pensativo. Acariciando su abdomen bien moldeado con su gigantesca mano, sopesaba todo lo que había comido, con felicidad. Si la recompensa era tan buena como prometía serlo, banquetes como el de hoy, serían algo de todos los días.

    El Bosque Negro se veía en el horizonte desde donde los tres Rohimianos galopaban a paso tranquilo. Venían desde la lejana Rohan, con una misión que el mismo rey les había encomendado.
    Hacia un par de días, llegaron a oídos del Rey de Rohan, las palabras, escritas en un pergamino fijado a la pared de la ciudad, un mensaje de los elfos, pidiendo ayuda por razones que al Rey no interesaban. Dubitativo, consulto al poderoso mago Saruman el Blanco, señor de Isengard, quien en su sabiduría, recomendó al Rey prestar ayuda a los elfos de los bosques, pues según dijo el hombre de largas barbas, “Un elfo nunca olvida”.
    Así fue como el Rey seleccionó a Caleb, un joven capitán de la guardia del palacio, quizás un poco inexperto en tareas tan diplomáticas, pero versado en el uso de la espada, para ser enviado en ayuda de los elfos, en nombre de Su Majestad. Junto al joven Caleb, fueron enviados dos guardias, para escoltarle hasta su destino, ellos no participarían en lo que fuese que los elfos quisieran, solo se asegurarían de que Caleb llegase intacto.
    Los días transcurrieron calmos y tranquilos hasta que divisaron al Bosque. Ese mismo día, mientras galopaban por sus lindes, uno de los guardias advirtió:
    “Mi señor, mire allí, un niño” el hombre señalaba detrás de algunos árboles pequeños que salpicaban el paisaje, a unos 50 metros. Caleb no veía nada, pero aguzando la vista, diviso una figura de porte pequeño, cubierto con una capa oscura, dando brincos entre la vegetación con gran soltura, seguido de un enorme perro y otros dos perros mas, no tan impresionantes como el primero. Inseguro de si las bestias tratarían de atacar a aquella persona, Caleb ordeno a sus escoltas, que apresuraran el paso para llegar a donde se hallaba el diminuto ser.

    “Maldito mapa!” decía por lo bajo el pequeño Frey. Hacia varios días que caminaba por los lindes del Bosque Negro, y exactamente hacia dos que EL caminaba, ya que el perro enorme que había comprado en Bree para que le llevase montado, se había rehusado a aceptarlo, cuando el hambre le ataco. Frey no tenia el más mínimo interés de compartir sus ya escasas raciones con el animal, por ende, tendría que caminar, sino quería que el perro lo devorase a él. El hobbit se acomoda el arco en el hombro, mientras sigue pensando. Si hubiese comprado ese mapa a aquel vendedor en la posada del Pony Saltador, quizás ahora no estuviese rondando los lindes del bosque, buscando el Río Rápido, sin tener ni idea de donde estaba parado.
    Había visto ese mismo día, un aviso clavado con una flecha en la pared de la taberna, los elfos solicitando ayuda, eso no era nada usual estos días, pocos elfos se veían, menos incluso en la comarca, solo esporádicamente podía verse alguna comitiva que se dirigía a los puertos grises. Frey mismo mentía a veces, diciendo que había visto elfos, para que sus amigos allá en la comarca le prestasen atención.
    El extraño anuncio suscitó miles de planes en la pequeña cabeza del hobbit, la mayoría de los cuales terminaban en Frey con los bolsillos llenos de oro.
    Y oro era lo que le faltaba cuando el vendedor le dijo el precio del mapa. Frey instintivamente dijo “Es mas caro que un vagón lleno de manzanas!”. Seguro de si mismo, el pequeño y canoso hobbit emprendió la marcha, de todas formas, él hallaría el camino, siempre lo hacia.
    O eso pensó. Mientras sus pies peludos le dolían de tanto caminar, su estomago rugía de tanto pasar hambre, diviso entre los árboles, a mas o menos 100 metros, un grupo de hombres, de gente grande, como los hobbits les llaman. Rápidamente se coloco su capucha, y comenzó a dar brincos por entre los matorrales, para que los hombres le vieran, su estoque enfundado, y sus dos carcajes de flechas saltaban con el. Mientras saltaba, una media sonrisa se dibujo en su rostro. “Frey amigo, necesitabas transporte y comida? Pues aquí tienes!” se dijo a si mismo cuando noto que los hombres montados, se acercaban al galope.


    // Bueno caballeros, aqui lo tienen, el primer post de lo que espero sea una campaña duradera. Quiciera que en su primer post, pongan su apariencia, y bueno, interactuen hombre ^^. //

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